Evangelio
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Mateo 2, 13-18
Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.
Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, conforme a la fecha que los magos le habían indicado.
Así se cumplieron las palabras del profeta Jeremías:
En Ramá se ha escuchado un grito, se oyen llantos y lamentos: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya están muertos.
Reflexión
Todavía en medio del júbilo de las fiestas del nacimiento de Cristo, nuestro Salvador, la Iglesia ha colocado la fiesta de los primeros mártires, los pequeños que, sin saber por qué ni cómo, cooperaron con su sangre al establecimiento del Reino.
Y es que la Iglesia, siguiendo los pasos de su Señor, no quiere caer en falsos mesianismos, en paraísos artificiales, en los cuales no está presente el signo inconfundible de la vida cristiana: la cruz.
Hoy, en medio de un mundo hedonista, egoísta, que no le gusta pensar en el sufrimiento y prefiere solamente divertirse y pasarla bien sin ninguna mortificación, qué bien nos viene reflexionar que la vida cristiana no sólo es Navidad, que no solo es gozo y alegría, sino que es también cruz y muerte, que el cristiano, como decía el Padre De Lubac, será siempre un hombre perseguido y contestado.
Hoy, más que nunca, Jesús necesita que tú y yo estemos dispuestos, incluso a llegar a la misma muerte, si ésta fuera necesaria, para testificar ante el mundo nuestra pertenencia y fidelidad a Cristo.