Primera Lectura
Sabiduría 3, 1-9
Las almas de los justos están en las manos de Dios
y no los alcanzará ningún tormento.
Los insensatos pensaban que los justos habían muerto,
que su salida de este mundo era una desgracia
y su salida de entre nosotros, una completa destrucción.
Pero los justos están en paz.
La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo,
pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad.
Después de breves sufrimientos
recibirán una abundante recompensa,
pues Dios los puso a prueba
y los halló dignos de sí.
Los probó como oro en el crisol
y los aceptó como un holocausto agradable.
En el día del juicio resplandecerán
y se propagarán como chispas en un cañaveral.
Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos,
y el Señor reinará eternamente sobre ellos.
Los que confían en el Señor comprenderán la verdad
y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado,
porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos.
Meditatio
Si la muerte se presenta como un verdadero misterio, más aún la muerte de una persona joven o de un niño, y en general de aquellos que consideramos "inocentes". Esto, al margen de la Sagrada Escritura, no encuentra explicación, pareciera no tener sentido, sin embargo, cuando leemos que nuestra vida termina en Dios y que nuestra estancia en esta tierra es sólo un camino hacia los brazos amorosos de nuestro Padre Celestial, todo empieza a tener sentido.
Nuestra permanencia en la tierra es sólo temporal, pues nuestra casa definitiva es el Cielo. Algunos son llamados antes, otros después, pero la gran esperanza cristiana es que todos, un día, estaremos reunidos en la casa del Padre para gozar eternamente de la felicidad. Este pasaje en particular nos instruye en el hecho de que la muerte no es un castigo, sino precisamente lo contrario, pues a través de esta puerta que llamamos "muerte" es que tenemos acceso a la eternidad de Dios.
Aprendamos a ver la muerte no con temor, sino con esperanza. Para los que vivimos en el amor de Dios la muerte será quizás el momento más importante de nuestra existencia terrena; además de aprender, ayudemos a los demás a vivirlo en paz.
Oratio
Señor, desconozco cuándo será el fin de mis días en esta tierra, sin embargo, espero ese día con una expectativa anhelante; sólo te pido, Señor, que cuando sea el momento yo haya verdaderamente terminado mi misión aquí y que, al mirarte cara a cara, pueda escucharte decir: "Bien, siervo bueno y fiel, pasa a disfrutar del gozo de tu Señor".
Actio
Hoy pensaré en las cosas que me gustaría aportar con mi vida y cómo me gustaría que fuera mi final en esta tierra.
Evangelio
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Lucas 9, 23-26
En aquel tiempo, Jesús le dijo a la multitud: "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará. En efecto, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo o se destruye?
Por otra parte, si alguien se avergüenza de mí y de mi doctrina, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga revestido de su gloria y de la del Padre y de la gloria de los santos ángeles".
Reflexión
Este pasaje de Jesús es rico por su contenido y porque pone las bases del discipulado: "Negarse a sí mismo, tomar la cruz de cada día y no avergonzarse de ser discípulo del Maestro". Quien toma en serio el Evangelio y busca vivir conforme a él, lo primero que notará es que su enseñanza es contraria a lo que muchos de nuestros conocidos hacen y piensan, es contrario a algunos de nuestros más profundos deseos y aspiraciones.
Es por ello que se dará cuenta que no se puede ser cristiano si no se tiene todo por basura, como dirá San Pablo, con tal de ganar a Cristo. La conversión es un proceso paulatino en el que Cristo se va trasparentando en la vida del hombre, por ello se corre el riesgo de, una vez comenzado, avergonzarse y buscar ocultar el buen olor de Cristo a los demás por temor a ser criticado o expulsado de los grupos sociales e incluso religiosos.
Pero éstas son las condiciones para la santidad y para ser verdaderamente feliz en el amor de Dios. Te invito a meditar hoy en estas palabras de Jesús. Repítelas en tu corazón y ve qué efecto producen en ti, pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo, si no se realiza en él este plan amoroso de Dios?