Primera Lectura

Isaías 50, 4-7

<span style="color:red;font-size:40px">E</span>n aquel entonces, dijo Isaías:<br /> "El Señor me ha dado una lengua experta,<br /> para que pueda confortar al abatido<br /> con palabras de aliento.<br /><br /> Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído,<br /> para que escuche yo, como discípulo.<br /> El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras<br /> y yo no he opuesto resistencia<br /> ni me he echado para atrás.<br /><br /> Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,<br /> la mejilla a los que me tiraban de la barba.<br /> No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.<br /> <br />Pero el Señor me ayuda,<br /> por eso no quedaré confundido,<br /> por eso endureció mi rostro como roca<br /> y sé que no quedaré avergonzado".

Meditatio

Oratio

Actio


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Evangelio

Lucas 22, 14–23, 56

<font color="red"><font color="red">†</font> Cristo: Sacerdote<br /><font color="red">C.</font> Cronista: Diácono o lector/a<br /><font color="red">S.</font> Sinagoga: Un lector hombre o mujer<br /><font color="red">P.</font> Pueblo: Toda la asamblea de los fieles</font><br /><br />EvangelioPasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22, 14-23, 56<br /><br /><font color="red">C.</font> <span style="color:red;font-size:40px">L</span>legada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: <br /><font color="red">†</font> «Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios». <br /><font color="red">C.</font> Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: <br /><font color="red">†</font>. «Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios».<br /><font color="red">C.</font> Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:<br /><font color="red">†</font>. «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». <br /><font color="red">C.</font> Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: <br /><font color="red">†</font>. «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes. Pero miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien será entregado!» <br /><font color="red">C.</font> Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar. Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería como el más importante, Jesús les dijo: <br /><font color="red">†</font>. «Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel».<br /><font color="red">C.</font> Luego añadió: <br /><font color="red">†</font>. «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos». <br /><font color="red">C.</font> Él le contestó: <br /><font color="red">S.</font> «Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte». <br /><font color="red">C.</font> Jesús le replicó: <br /><font color="red">†</font>. «Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces».<br /><font color="red">C.</font> Después les dijo a todos ellos: <br /><font color="red">†</font>. «Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?»<br /><font color="red">C.</font> Ellos contestaron:<br /><font color="red">S.</font> «Nada». <br /><font color="red">C.</font> Él añadió: <br /><font color="red">†</font>. «Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: <i>Lo tratarán como un delincuente. Fue contado entre los malhechores</i>”, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a mí». <br /><font color="red">C.</font> Ellos le dijeron: <br /><font color="red">S.</font> «Señor, aquí hay dos espadas». <br /><font color="red">C.</font> Él les contestó: <br /><font color="red">†</font>. «¡Basta ya!»<br /><font color="red">C.</font> Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo:<br /> <font color="red">†</font>. «Oren, para no caer en la tentación». <br /><font color="red">C.</font> Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: <br /><font color="red">†</font>. «Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». <br /><font color="red">C.</font> Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: <br /><font color="red">†</font>. «¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación».<br /><font color="red">C.</font> Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:<br /><font color="red">†</font>. «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?»<br /><font color="red">C.</font> Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: <br /><font color="red">S.</font> «Señor, ¿los atacamos con la espada?» <br /><font color="red">C.</font> Y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: <br /><font color="red">†</font>. «¡Dejen! ¡Basta!» <br /><font color="red">C.</font> Le tocó la oreja y lo curó. Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: <br /><font color="red">†</font>. «Han venido a aprehenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las tinieblas».<br /><font color="red">C.</font> Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: <br /><font color="red">S.</font> «Este también estaba con él». <br /><font color="red">C.</font> Pero él lo negó diciendo: <br /><font color="red">S.</font> «No lo conozco, mujer». <br /><font color="red">C.</font> Poco después lo vio otro y le dijo: <br /><font color="red">S.</font> «Tú también eres uno de ellos». <br /><font color="red">C.</font> Pedro replicó: <br /><font color="red">S.</font> «¡Hombre, no lo soy!» <br /><font color="red">C.</font> Y como después de una hora, otro insistió: <br /><font color="red">S.</font> «Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo». <br /><font color="red">C.</font> Pedro contestó: <br /><font color="red">S.</font> «¡Hombre, no sé de qué hablas!»<br /><font color="red">C.</font> Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho: “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”, y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente. Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: <br /><font color="red">S.</font> «¿Adivina quién te ha pegado?»<br /><font color="red">C.</font> Y proferían contra él muchos insultos. Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron:<br /><font color="red">S.</font> «Si tú eres el Mesías, dínoslo». <br /><font color="red">C.</font> Él les contestó:<br /><font color="red">†</font>. «Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso». <br /><font color="red">C.</font> Dijeron todos: <br /><font color="red">S.</font> «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» <br /><font color="red">C.</font> Él les contestó: <br /><font color="red">†</font>. «Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy». <br /><font color="red">C.</font> Entonces ellos dijeron: <br /><font color="red">S.</font> «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca». <br /><font color="red">C.</font> El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato. Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: <br /><font color="red">S.</font> «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey».<br /><font color="red">C.</font> Pilato preguntó a Jesús:<br /><font color="red">S.</font> «¿Eres tú el rey de los judíos?» <br /><font color="red">C.</font> Él le contesto: <br /><font color="red">†</font>. «Tú lo has dicho». <br /><font color="red">C.</font> Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: <br /><font color="red">S.</font> «No encuentro ninguna culpa en este hombre». <br /><font color="red">C.</font> Ellos insistían con más fuerza, diciendo: <br /><font color="red">S.</font> «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí». <br /><font color="red">C.</font> Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: <br /><font color="red">S.</font> «Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré».<br /><font color="red">C.</font> Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: <br /><font color="red">P.</font> «¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!»<br /><font color="red">C.</font> A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: <br /><font color="red">P.</font> «¡Crucifícalo, crucifícalo!» <br /><font color="red">C.</font> Él les dijo por tercera vez: <br /><font color="red">S.</font> «¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré». <br /><font color="red">C.</font> Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo:<br /><font color="red">†</font>. «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: “¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!” Entonces dirán a los montes: “Desplómense sobre nosotros”, y a las colinas: “Sepúltennos”, porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?»<br /><font color="red">C.</font> Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado “la Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: <br /><font color="red">†</font>. «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». <br /><font color="red">C.</font> Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: <br /><font color="red">S.</font> «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido». <br /> <font color="red">C.</font> También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: <br /><font color="red">S.</font> «Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». <br /><font color="red">C.</font> Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: <br /><font color="red">S.</font> «Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros». <br /><font color="red">C.</font> Pero el otro le reclamaba, indignado: <br /><font color="red">S.</font> «¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho». <br /><font color="red">C.</font> Y le decía a Jesús: <br /><font color="red">S.</font> «Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí». <br /><font color="red">C.</font> Jesús le respondió: <br /><font color="red">†</font>. «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso».<br /><font color="red">C.</font> Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: <br /><font color="red">†</font>. «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» <br /><font color="red">C.</font> Y dicho esto, expiró.<br /><br /><font color="red">Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.</font><br /><br /><font color="red">C.</font> El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: <br /><font color="red">S.</font> «Verdaderamente este hombre era justo». <br /><font color="red">C.</font> Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello. Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.

Reflexión