Decir que creemos en Dios, en su Palabra, en sus promesas es algo fácil porque no implica nada en nuestro interior, pero creer es confiar en Dios y abandonarse completamente a su fidelidad y lealtad. Pidamos a Jesús que aumente siempre nuestra fe.
Ser agradecidos es propio del cristiano que muestra su amor en la gratitud, perfecciona sus relaciones y ofrece un sinfín de nuevas actitudes. Dios merece nuestro agradecimiento.
Jesús nos llama a seguirle, a dejarlo todo atrás, incluso, a renunciar a nosotros mismos para poder ser sus discípulos. No es algo arbitrario, si alguien quiere ser cristiano, ha de vivir como Jesús le exige.
El sufrimiento que vive Jesús y cualquier cristiano que quiera ser fiel a Dios, no es un dolor que Dios quiere o envía, es, más bien, el mundo que somete a prueba al fiel para ver si Dios cuida de él y le protege.
La salvación que Jesús nos brinda y predica es aquella que se consigue luchando, esforzándose. No basta una buena intención o querer salvarse; como los deportistas, hay que darlo todo para conseguir el premio que no se marchita: la vida eterna.
Hoy hacen falta profetas, hombres y mujeres atentos a la voz de Dios que vivan en fidelidad a él y con una constante actitud de misericordia para con los que sufren. El profeta llama constantemente a la conversión y al cambio de vida.
Para cumplir los mandamientos necesitamos entrenarnos constantemente en la obediencia, la oración y el ayuno, de este modo podemos dar cada vez más y ser más fieles a Dios.
Seguir a Jesús hasta Jerusalén nos impone la convicción de perseverar, de confiar en Dios y de ser fieles en medio de las dificultades y las persecuciones que enfrentamos por él.
Muchos afirmamos que Dios es lo más importante en nuestra vida o que estamos plenamente comprometidos en el seguimiento de Jesús, pero siempre hay algo que es más importante para nosotros que Él. Tenemos qué descubrir qué cosas me impiden seguir a Jesús.
Jesús nos enseña que el fuego con el que Dios enciende nuestro corazón nos debe llevar a una vida digna de todo discípulo suyo, de tal manera que debe estar dispuesto a dar su vida si es perseguido.