La cruz salvadora
Pbro. Ernesto María Caro
Pregunta:
Padre: Aprovechando esta hermosa oportunidad que nos brinda a través de su evangelización quisiera preguntar algo que nunca entendí bien: ¿Por qué se dice que Jesús nos salvó mediante su crucifixión? Muchos saludos, aquí desde América del Sur, Paraguay. Gracias.
Respuesta:
Querido Hermano, el tema que nos propones no es simple, pues en él se resume gran parte de la teología de la Salvación. Trataré, pues, de enfocarla desde los diversos ángulos que la componen.
Lo primero que debemos de comprender es que la salvación radica en la asunción que hace Jesús de la naturaleza pecadora, como queda de manifiesto en la expresión de San Pablo: “El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres” (Fil. 2, 6-7). Esto era necesario, como lo dice San Agustín: “Lo que no es asumido no puede ser redimido”. Así, pues, quiso asumir nuestra naturaleza pecadora y hacerla morir para que muriendo con ella, pudiera resucitarla y darle así la libertad perdida en el paraíso. Dice San Pablo también que “clavó en un madero la nota de cargo contra nosotros” (Col 2, 14). Así en el momento de la muerte de Cristo, muere con él el pecado y queda vencido el demonio.
Podemos decir que desde el pecado del paraíso, el hombre (la humanidad pecadora) se había enemistado con Dios y esta enemistad tenía dimensiones infinitas pues el ofendido era Dios mismo, por lo que cualquier cosa que hiciera el hombre para remediarlo sería mínima. Es por ello que el Hijo de Dios se encarnó; él, siendo divino, asume la naturaleza humana y de este modo la falta del hombre, su pecado, puede ser redimido de manera infinita por el mismo Hijo de Dios en su naturaleza divino/humana.
Un segundo aspecto que debemos considerar es la obediencia y humildad de Cristo. Mientras que el pecado vino por una desobediencia, era necesario, por así decirlo, que el hombre ahora mostrara obediencia total al proyecto de Dios. Y es así que la carta a los Hebreos dice: “No quisiste ofrendas ni holocaustos, por eso dije: Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad” (Hb 10, 8-9). Esta sumisión al Padre lo llevó a predicar el misterio del amor que no fue aceptado por los hombres como lo dice San Juan “Habiendo venido la luz al mundo, el mundo no la recibió, vino a los suyos y los suyos lo rechazaron” (Jn 1, 10-11). Este rechazo lo llevó a ser entregado a los paganos, para que le dieran muerte.
Dado que en su tiempo, la cruz era el instrumento para dar muerte a los peores criminales, siendo Jesús acusado de sedición al imperio, fue condenado a la muerte de cruz. Jesús no podía rechazar este veredicto sin contradecir la misión que el Padre le había encomendado ni traicionar el mensaje que había predicado, no podía negar que en realidad era el hijo de Dios y que por tanto el mensaje de amor predicado era real y valedero para el hombre. Así la cruz se convierte en el medio por el cual el Hijo de Dios muere y asumen en sí mismo el pecado del mundo, dando con ello muerte al odio y a la división (cf. Ef. 2, 14-16).
El mensaje traído por Jesús, la concepción del mundo, de la justicia, del amor, en fin, de todas las realidades creadas, era y sería tan diametralmente opuesto que sabía que todo el que lo siguiera e hiciera caso a su mensaje, tendría el mismo rechazo que él, tendría que pasar por el mismo proceso de muerte que él, por lo que les dijo: “El que quiera ser mi discípulo tiene que negarse a sí mismo y estar dispuesto a tomar la cruz y seguirme” (cfr. Mt 16, 24). Es decir, si verdaderamente una persona se decide a vivir el evangelio de Cristo, será también crucificada con él aun cuando en nuestro tiempo ya la cruz no sea el instrumento de muerte. El mundo lo hará morir y lo rechazará de muchas maneras: todas ellas serán imagen de la cruz de Cristo.
De esta manera la cruz de Cristo se convierte en el signo de nuestra salvación (pues en ella murió nuestro pecado) y en el elemento que nos recuerda que toda nuestra vida estará marcada por la persecución y el rechazo del mundo, como lo dijo Jesús: “Si a mí me persiguieron, a ustedes también los van a perseguir” (Jn 15, 20). Finalmente, nos queda el aspecto sacrificial en el cual, la teología soteriológica nos presenta la cruz como el altar en el que se inmola el Cordero de Dios. De acuerdo a esta teología, basada en la Sagrada Escritura, sabemos que “Sin efusión de sangre no hay redención” (Lev 17, 11). Es por ello que los judíos sacrificaban corderos, cuya sangre servía para purificar al pueblo. Una vez sacrificado y ofrecido sobre el altar, la sangre era colectada y esparcida sobre el pueblo. Jesús es precisamente, como lo presenta San Juan: “El cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (Jn 1, 29). La muerte en la cruz, será la oblación perfecta que, por ser Jesús, Dios y hombre verdadero, purifica y lava todos los pecados. Es el holocausto definitivo que redime y justifica al hombre. En este sentido la carta a los Hebreos dice: “Pero cuando Cristo apareció como sumo sacerdote de los bienes futuros, a través de un mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos, es decir, no de esta creación, y no por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, sino por medio de su propia sangre, entró al lugar Santísimo una vez para siempre, habiendo obtenido redención eterna. Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros, y la ceniza de la becerra rociada sobre los que se han contaminado, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?” (Heb 9, 11-14). Es así que la cruz de Cristo se convirtió en el altar en el cual se inmoló el Cordero que nos ha santificado.
En conclusión, podemos decir que en sentido estricto hemos sido salvados por la muerte y resurrección de Cristo y no por la cruz. Sin embargo, dado que esta muerte se realizó por medio de y en una cruz, ésta se ha convertido en signo de obediencia al Padre y de humillación; en escaparate que muestra lo que significa el amor a Dios y a los hombres; en altar que presenta el holocausto que nos redime, y así, en causa de nuestra salvación. Por ello es totalmente válido el decir que por su cruz hemos sido salvados.
Como ves, es bastante amplio el discurso. Espero que al menos estos pocos apuntes te hayan ayudado a entender la importancia de la cruz en nuestra vida, y el por qué decimos que hemos sido salvados por la cruz de Cristo.