Iglesia
Pbro. Ernesto María Caro
Con alguna frecuencia escuchamos hablar, pero más que eso, criticar sobre las “riquezas del Vaticano”, y con ello a la Iglesia, diciendo que todo este lujo y tesoros no pertenecen a la verdadera Iglesia de Cristo que debe ser una Iglesia pobre y que debería venderse toda su riqueza para darla a los pobres. Quienes así se expresan tienen un profundo desconocimiento de la Iglesia y del mismo Vaticano. Si bien es cierto que en el “Vaticano” entiéndase éste como la Basílica de San Pedro y sus museos, tienen una enorme riqueza, sin embargo esta riqueza pertenece al mundo. Sería como decir que se vendieran los museos del Louvre o del Prado para hacer obras de caridad. Todas estas obras de arte pertenecen al mundo, es patrimonio de la humanidad entera. Ciertamente en la Iglesia ha habido épocas de mucha riqueza, períodos en los cuales se han construido y adquirido todas estas joyas de arte. Sin embargo, hoy por hoy, el Vaticano, tiene dificultades para manejarse económicamente, ya que desde antes del Vaticano II ha vendido, en favor de las misiones en África (principalmente), muchas de sus posesiones (las que no pertenecen a la humanidad). El mismo Papa Juan XXIII donó la Tiara (la corona pontificia) en favor de los pobres de Europa. Como institución humana, la Iglesia, dentro de sus limitaciones, busca vivir al estilo de su Fundador, “Teniendo sin retener” y administrando los bienes que el Señor pone en sus manos.
Estructura
Hay todavía personas en nuestra misma Iglesia que se preguntan ¿por qué nuestra Iglesia es una Iglesia tan estructurada? ¿De dónde sale el que haya sacerdotes y obispos y cuál es la función del Papa? La respuesta la encontramos en la Escritura. En san Juan 21, 15-19 encontramos que Jesús les dice: “Pedro, ¿me amas más que estos?”, pregunta que le hará en tres ocasiones. A la primera pregunta, después de la afirmación de Pedro, Jesús le dirá: “Apacienta a mis corderos”. A la segunda respuesta afirmativa Jesús le pedirá: “Apacienta a mis ovejas”; y finalmente a la tercera, le pedirá de nuevo: “Apacienta a mis ovejas”. De esta afirmación se pueden concluir varias cosas: Primero, que el rebaño que le encarga no es de Pedro, pero lo pone totalmente a su cuidado. Segundo, que hay dos tipos de elementos en este rebaño: unos son las ovejas y otros son los corderos. Las ovejas son las madres de los corderos. Le pide a Pedro por dos ocasiones que cuide a las ovejas y una a los corderos. Esto porque las ovejas, si están sanas, cuidarán solas a los corderos, sin embargo, son responsabilidad de Pedro también los corderos, y son a los que pone en primer plano.
Estructura básica de la iglesia
Desde sus inicios la Iglesia nace en forma de pequeñas comunidades que se reunían en las casas para la celebración de la Eucaristía y para recibir la instrucción de los apóstoles y de su sucesor. Esto con el paso del tiempo, y sobre todo con la paz constantiniana, dio origen al nacimiento de lo que hoy conoceríamos como Diócesis, es decir una porción territorial encomendada a un pastor, a un obispo. En un principio las diócesis eran pequeñas, su crecimiento fue dando paso a pequeñas comunidades dentro de cada diócesis, las cuales recibieron el nombre de parroquias, y eran encomendadas al cuidado pastoral de un sacerdote al cual se la llamó “párroco”. Desde entonces esta es la estructura eclesial básica de la Iglesia, de manera que se puede decir que la Iglesia se reconoce como tal en la parroquia y de manera especial en la Eucaristía (es la entidad mínima de la Iglesia). Una parroquia, dependiendo de su extensión territorial y de su población puede tener además de un párroco, más sacerdotes que ayudan al párroco en su trabajo pastoral y que son llamados “vicarios”.
Herejías
Una de las primeras preguntas que se hizo la comunidad cristiana después de la resurrección es sobre la identidad de Cristo. Por eso la Iglesia desde sus primeros credos afirma: “Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, que nació de Santa María Virgen”. Con esto afirmaba la divinidad y humanidad de Jesús. Durante este primer período de la Iglesia, a pesar de esta definición de fe del siglo I, aparecieron las primeras herejías. Una de la cuales, llamada docetismo, afirmaba que Jesús era solamente Dios, es decir que tenía solo naturaleza divina y apariencia humana. Sin embargo, San Pablo es claro cuando dice, que si Cristo no murió y resucitó vana es nuestra fe. Junto con ésta, nació otra herejía en sentido contrario en la cual se afirma que Jesús era solo hombre y que no tenía naturaleza divina. Esta herejía fue conocida como “arrianismo” y fue tan difundida que dividió la Iglesia por más de 4 siglos, creando incluso persecuciones entre las dos facciones de la misma Iglesia. Estas dos herejías fueron resueltas finalmente por el concilio ecuménico de Nicea en el 325, cuando reunidos todos los obispos del mundo definieron de manera dogmática que en Jesucristo están presentes las dos naturalezas: la humana y la divina sin mezclas ni división, que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre; engendrado desde toda la eternidad por el Padre y engendrado en el tiempo como hombre en el seno de Santa María Virgen.
Fe en la Iglesia
Cuando Jesús le encomendó su Iglesia a San Pedro le dijo: “A ti te daré las llaves de la Iglesia y todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo; y los poderes del mal no prevalecerán contra ella”. Es importante notar que no sólo le da el poder para gobernar la Iglesia sino que le previene que en el correr de los años el demonio buscaría destruirla, pero que esto no lo lograría, pues el mal en la Iglesia “no prevalecerá”. Han pasado más de dos mil años de esta promesa y podemos ver que Dios es fiel y que Jesús cumple sus promesas. El demonio sabe que el punto débil de la Iglesia es la fe, por ello ha buscado de muchas maneras debilitarla o confundirla. Ya en los escritos de San Pablo y sobre todo de San Juan, podemos ver estos infructuosos ataques del demonio.