Demonio y gracia
Pbro. Ernesto María Caro
Una de las principales tácticas del Demonio es el hacernos creer que no existe. Hoy en día muchas de las acciones demoníacas son “justificadas” por la ciencia; no falta quien incluso revisando el Evangelio busque explicar los casos en los que Jesús expresamente combate contra el demonio, con teorías de tipo paranormal o psicológica. La existencia del diablo es atestiguada por toda la Escritura.
El mismo Jesús vino para destruir su acción, pues no solamente existe, sino que tiene permiso de actuar en la vida de los hombres, como nos lo muestra ya desde el principio el libro del Génesis en donde, Eva es engañada y seducida por el demonio. Su acción perversa, que lleva al hombre a cambiar los valores y a trastornar el orden moral, es disimulada por el mar de explicaciones o justificaciones que él mismo ha ido creando. El demonio no es el mal, el demonio es un ser espiritual que es capaz de causar el mal en nuestra vida, en lo espiritual (conducirnos al pecado), en lo social (destruyendo y cambiando nuestros valores) e incluso física y psicológica (por medio de su acción directa o indirecta). La gracia es nuestra única defensa. Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3, 1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2, 24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8, 44; Ap 12, 9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800) CIC 391