Cuerpo resucitado

Pbro. Ernesto María Caro

Pregunta:

Padre, últimamente he pensado en cómo quiero que mi cuerpo sea guardado después de la muerte, me refiero a si ser sepultado o cremado; también me gustaría donar algunos de mis órganos para salvar la vida de otras personas, pero ahí es donde me confundo, pues ¿Cómo será posible que mi alma pueda usar un cuerpo que ya fue totalmente quemado o si le faltan órganos? La verdad estas cosas me confunden mucho y me gustaría que me orientaran.
Respuesta:

Querido hermano: la pregunta que me haces está en relación con la resurrección, que ya traté hace unos días. Sin embargo, tu pregunta se me hace interesante pues nos da pie para ampliar un poco más este asunto que tanto inquieta al pueblo de Dios. Ante todo te refiero lo que nosotros confesamos como principio de fe recitada, todos los domingos en el credo: Creo en la resurrección de los muertos y en la vida futura. Amén”. Esto como lo dice el catecismo de la iglesia: “Este «cómo» sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe” (CIC. 1000).

Es decir, que la resurrección es un misterio, al cual, como la mayoría de ellos nos da una pequeña referencia la Escritura, pero deja el resto en la oscuridad de la fe. Sobre lo que preguntas primero, referente a la cremación, te comento que la iglesia durante muchos siglos prohibió la cremación de los cuerpos precisamente basada en razonamientos similares al tuyo. Sin embargo, hoy, al reflexionar con más profundidad y más herramientas filosóficas y teológicas ha llegado a caer en cuenta que la cremación solo acelera una procesos que físicamente tomaría más tiempo. Pensemos en una persona que vivió en tiempos de Cristo, es decir hace 2000 años. ¿Qué queda de ella? La respuesta es: nada. Su cuerpo ha sido totalmente deshecho. Pues bien lo que el tiempo se tardaría varios años en destruir, el fuego de la cremación lo hace en unas horas. De manera que para Dios no tiene importancia el cómo se desintegra nuestro cuerpo, ya que éste es un misterio que sólo Él conoce. Así, en el juicio final, como lo narra la Escritura en el pasaje de los huesos secos, (te recomiendo leer todo el cap. 37 de Ezequiel que nos ilustra grandemente el poder de Dios en el procesos de resurrección), serán recreados no sólo los tendones, la carne y todos nuestros órganos, sino los mismos huesos y todo lo que el cuerpo humano requiera para la vida eterna. Esto como te comenté es un verdadero misterio, que ni el mismo San Pablo alcanza a comprender pues escribe a los Corintios: “Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, se siembra corrupción, resucita incorrupción; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1Cor 15, 35-37.42.53).”

Podemos decir entonces que si Dios sacó de la nada todo cuanto existe, seguramente que no será problema para él el recrear todo nuestro ser (Cf. Rm 4, 17). Con lo dicho, creo que el asunto de los órganos queda también resuelto. Ojalá y todos nosotros pensáramos también en donar nuestros órganos, en vez de dejar que se pudran en una fosa o sean cremados sin beneficio para nadie. Es una manera de hacer nuestro último acto de caridad, el cual seguramente será también tomado en cuenta por nuestro Padre Dios. Sobre esto el Catecismo de la Iglesia nos dice:

“El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio. La iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo”. (CIC. 2301).